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La libertad de ser uno mismo

En una sociedad donde imperan los juicios de valor es importante la autenticidad
Hay que conocerse bien y no tener miedo a indagar en nuestro interior
En los años que llevo acompañando a la gente en su desarrollo personal, observo que hay ciertas preguntas que nos planteamos prácticamente todos en algún momento de nuestra vida y que prevalecen desde la Antigüedad. Tendemos a darle vueltas a cuestiones del tipo ¿quién soy yo realmente? o ¿cómo puedo llegar a ser yo mismo? Hay una tendencia a martirizarse, a funcionar bajo unas creencias que nos bloquean y estresan ante el cambio y la incertidumbre. Las personas se orientan a menudo por lo que creen que deberían ser y no por lo que son en realidad. Se vive demasiado condicionado por los juicios de la gente y se trata de pensar, sentir y comportarse de la manera en que los demás creen que debe hacerlo. Es como si quisiéramos ser quienes no somos.
Occidente ha creado una sociedad competitiva en la que aspiramos al éxito y la excelencia, y no se lleva bien el fracaso. Desde la infancia aprendemos juegos de competición y somos considerados por otros como hábiles o torpes, buenos o malos. En el colegio nos juzgan los profesores y compañeros de clase. Sentimos la presión de tener que ser el número uno en nuestra promoción, en el deporte, en definitiva, en nuestro ámbito. En vez de disfrutar de cada etapa, nos centramos en procurar ganar para alcanzar el primer puesto en todo, y esto va configurando la identidad de cada uno.
Para afrontar la vida hay que abandonar las barreras defensivas
El papel de los padres también es básico: frases como “esto es bueno”, “no seas malo” o “esto no se hace” son típicas en el vocabulario de los progenitores. Pero el abuso de este tipo de indicaciones puede menguar el carácter del niño. Crecemos dando importancia a la opinión de los demás y a su mirada, ya que determinan nuestro valor en la comunidad. Una vez adentrados en el mundo universitario y laboral, la cantidad de maneras en las que podemos fracasar sube en escalada. Cada encuentro con alguien puede recordarnos algo en lo que somos inadecuados. Desde el estilo de ropa hasta el corte de pelo. Alguien le dirá que se relaje y disfrute más, otro le reclamará que no trabaja suficiente y que está desperdiciando su talento; alguno le recomendará que se centre en la lectura o que hinque más los codos. Por otro lado, la imagen que proyectan los medios de comunicación también puede generar frustraciones personales. ¿Tiene la presión normal, ha viajado suficiente, cuida a su familia, está al día de política, su peso es el adecuado, hace suficiente deporte, ha visto la última película más taquillera? Este tipo de cuestiones hace sentir que cualquiera no está a la altura de las circunstancias.
El filósofo existencialista Sören Kierkegaard (1813-1855) señalaba que la forma más profunda de desesperación es la de aquel que ha decidido ser alguien diferente. El psicoterapeuta estadounidense Carl R. Rogers decía al respecto: “En el extremo opuesto a la desesperación se encuentra desear ser el sí mismo que uno realmente es; en esta elección radica la responsabilidad más profunda del ser humano”.
Cuando el individuo decide mostrar su verdadera personalidad debe tomar consciencia de qué visión tiene de su persona. Cuando logramos tener esa imagen realista no nos ahogamos con objetivos inalcanzables ni nos infravaloramos con propósitos que nos empequeñecen. Para ello debemos plantearnos metas adecuadas a nuestro carácter. Un ejemplo: el que quiere adelgazar pero no se ve más delgado. Por mucho esfuerzo que haga, no será duradero y volverá a ganar peso, porque sigue sin verse más flaco. Si quiere perder peso de verdad tendrá que cambiar la imagen que tiene de sí mismo y modificar ciertos hábitos mentales y de conducta.
Para ser uno mismo es necesario conocerse y ser consciente de hasta qué punto la imagen que uno tiene de su persona coincide con su yo real y auténtico. Se trata de dejar de verse como una persona inaceptable, indigna de respeto, inútil, poco competente, sin creatividad, obligada a vivir según normas ajenas e insegura. Hay que aceptar las imperfecciones. Cuando logre verse como alguien con fallos que no siempre actúa como quisiera, disfrutará más y se cuidará mejor.
Los epicúreos griegos reseñaban la importancia de ejercitarse en evocar el recuerdo de los placeres pasados para protegerse mejor de los males actuales. Sin ir tan lejos, la indagación apreciativa, un método basado en la nueva psicología positiva que surgió en los ochenta, nos invita a buscar las experiencias más significativas de nuestra vida, descubrirlas y revivirlas. Todos hemos vivido alguna historia positiva y significativa. Rescatarla del pasado y apreciarla en el presente nos dará confianza. Por otro lado, para poder ser uno mismo, uno debe conocer su núcleo vital, es decir, todo aquello que le mueve y motiva para seguir adelante. Esta esencia vital le llena de esperanza, mientras que si uno vive en sus sombras acaba desesperándose, se angustia, se apaga y se deprime. Incluso puede llegar a ser agresivo consigo mismo. Nietzsche decía al respecto: “El mal amor a uno mismo hace de la soledad una cárcel”.
Cuando esto ocurre, es fácil que uno se enclaustre en su pequeño mundo, donde su percepción se vuelve borrosa porque se ha desconectado del importante núcleo vital. Entonces vienen a la cabeza preguntas como estas: ¿qué debería hacer en esta situación, según los demás? o ¿qué esperarían mis padres, mi pareja, mis hijos o mis maestros que yo hiciera? En este estado se actúa según pautas de conducta que, de alguna forma, le impone la gente que le rodea. Esto le reprime y su capacidad creativa queda mermada. Entonces es fácil entrar en rutinas para “quedar bien” y se dejan de explorar nuevas posibilidades.
Llevamos unos años inmersos en una floreciente industria destinada al autoconocimiento. Hoy día vende mucho todo lo que está relacionado con dedicarse a uno mismo, ya sea en el ámbito de la estética, la dietética o para cuestiones más trascendentales, psicológicas o espirituales. David R. Hawkins (1927-2012), doctor en Medicina y Filosofía, describía este contexto social en el que prevalece el autoconocimiento: “Cuando tienes molestias, vas al médico o al psiquiatra, al psicólogo o al astrólogo. Te haces de una religión, estudias filosofía, te das un empujoncito con las técnicas de liberación emocional (EFT). Equilibras los chakras; pruebas con reflexología, acupuntura, con iridología o luces y cristales. Meditas, recitas mantras, bebes té verde, aprendes programación neurolingüística (PNL), trabajas visualizaciones, estudias psicología, haces yoga, pruebas lo psicodélico, cambias la nutrición, llevas joyas psíquicas. Expandes la conciencia, haces bio-feedback, terapia Gestalt. Visitas a tu homeópata, quiropráctico y naturópata. Pruebas la kinesiología, descubres tu eneatipo, equilibras tus meridianos. Te reúnes con chamanes, practicas el feng shui. Encuentras a un nuevo gurú. Escribes afirmaciones. Pruebas el re-nacer. Tiras el I Ching, el tarot. Estudias y practicas zen. Aprendes magia. Te preparas para la muerte. Vas a retiros. ­Ayunas…”.
¿Se reconoce en alguno de estos puntos? Quizá, sin darse cuenta, es un adicto más a esa sociedad entregada al materialismo espiritual. Esta clase de personas andan detrás de respuestas a cuestiones como estas: ¿por qué no acabo de ser feliz? o ¿por qué, a pesar de practicarlo todo, mi vida sigue siendo igual? Pueden existir diferentes explicaciones, pero hay una respuesta que es evidente: porque hoy día se vive demasiado centrado en uno mismo. De tanto buscar ese tesoro escondido en el alma, uno se olvida de vivir la vida que tiene ante sus narices.
Que quede claro entonces que autocentrarse es poner la atención en uno mismo pero en exceso, observarse continuamente, escuchar y enredarse en las dialécticas mentales, atender a los movimientos de su mente y de sus emociones. Para los practicantes de cualquier disciplina que requiera interiorización, el autocentramiento es un estorbo. Dicho de otro modo, pasarse el día pendientes de todo lo que sentimos o pensamos tiene un impacto en el cuerpo y conlleva algunas dificultades:
Obsesión. Dar vueltas y más vueltas a las cosas, pasarse el día analizando lo que le sucede a uno y a los demás. Este estado de alerta permanente a cualquier señal emocional y del cuerpo suele acarrear hipocondría.
Confusión. Llega un momento en que ya no se sabe si lo que se siente es de verdad o lo que pasa es que se está tan pendiente que es fácil caer en la sugestión.
Disociación de la realidad. Se vive tanto en la introspección propia y en los fenómenos interiores que se desatiende lo que sucede fuera, o se interpreta como si no fuera con nosotros. La consecuencia directa de esto es un alejamiento de lo que nos rodea.
Dificultades de convivencia. Estar tan centrados en nosotros mismos incrementa las necesidades propias y desatiende las de las personas próximas hasta el punto de distorsionar el sentido de la relación.
Posesión. Cuando uno solo se preocupa por lo suyo, acaba siendo poseído por sus propios fantasmas o por los llamados “demonios interiores”, es decir, que puede acabar arrastrado por sus propias pulsiones y fantasías.
Parálisis por análisis. Es el resultado de todos los puntos anteriores. Estar muy pendiente de uno mismo acaba por acarrear una parálisis de todo el sistema cognitivo, incapaz de tomar decisión alguna. En ese momento, la persona queda bloqueada.
Podría decirse que la paradoja de este estado es que cuanto más te centras en ti, más fácil es perderse. Y eso no solo les ocurre a los buscadores espirituales, sino a todo aquel que intenta rendir en todos los ámbitos de su vida. Tenemos tantas tareas que resolver, tantas cosas en las que pensar y estímulos a los que responder, que solo vivimos para nosotros mismos, creyendo equivocadamente que lo hacemos por culpa de un mundo que no nos deja en paz.
La sociedad del autoconocimiento es un ­indicativo de la tendencia que se da en todo el mundo que consiste en desarrollar una conciencia más extensa y plural que potencie la capacidad de cada uno de desarrollar nuevas dimensiones. Para ello hay multitud de técnicas y metodologías como las anteriormente descritas. La técnica, sin embargo, debe venir acompañada de una ética y una estética del vivir. No todo vale, no todo funciona; hay mucho engaño, falsos profetas, mucho negocio y discursos. Mucha gente confunde los fenómenos psíquicos con estados iluminativos, o se practica la incongruencia de vivir estresados durante la semana y conectar con uno mismo de viernes a domingo.
Para los apasionados del alma humana y del espíritu universal es bueno tener en cuenta que el mayor de los enemigos es un ego espiritualizado. Una vida plena y en paz requiere de un proceso de transformación personal. Uno va dejando de ser como es para convertirse en lo que quiere ser, integrando en su vida esa dimensión del “conócete a ti mismo”. Uno anda a su encuentro, allá en lo más profundo. La paradoja consiste en que para encontrarse se necesita del otro, se precisan espejos que muestren cuál es la realidad que estamos experimentando. Se requiere una manera de vivir, de relacionarse con el mundo y los demás.
Dicho de otro modo, hay que salir de uno mismo, descentrarse, para desvelar lo que pueda existir más allá de nuestras programaciones mentales y emocionales. Quienes lo logran son los que se asientan en el silencio o la contemplación, los que se entregan a un arte, los que se dan a los demás. En cada caso hay un olvido de sí mismo para que penetre el bien, lo bello y lo verdadero. Es eso lo que buscamos con tanto ahínco. En resumen: descentrarse para encontrarse.
Cuando uno logra de nuevo conectar consigo mismo se vuelve más creativo y las preguntas cambian: ¿cómo experimento esto?, ¿qué significa para mí? Si me comporto de cierta manera, ¿cómo puedo llegar a darme cuenta del significado que tendrá para mí? Es decir, por fin ha pasado de plantearse qué estarían esperando los demás y empieza a considerar qué es lo que realmente quiere usted. Para ello es necesario abandonar las barreras defensivas con las que se ha enfrentado a lo largo de su vida y experimentar lo que ha estado oculto en el interior. Así podrá llegar a convertirse en una persona más abierta, desarrollará una mayor confianza en sí misma, aceptará pautas internas de evaluación, aprenderá a vivir participando del proceso dinámico y fluyente que es la vida.
Ser uno mismo y vivir sin máscaras implica sinceridad y autenticidad. Para el jesuita Francisco Jálics, ser auténtico es más valioso que ser sincero: la persona sincera dice lo que piensa; la auténtica, en cambio, lo que efectivamente siente.
Para ser uno mismo hay que ser soberano de la propia personalidad, es decir, plenamente autónomo y completamente propio. Para ello, además de quitarse las máscaras, debe deshacerse de los malos hábitos y de las opiniones falsas. Debe desaprender. Los filósofos de la Antigüedad aconsejaban incorporar las siguientes prácticas para lograr esta independencia mental: encender la luz de la razón y explorar todos los rincones del alma, filosofar, dedicar tiempo para ocuparse de sí mismo, prestar atención a cada una de nuestras necesidades, evitar las faltas o los peligros, establecer relaciones consigo mismo, adquirir el coraje que le permitirá combatir las adversidades, cuidarse de manera que uno se cure y convertir estos ejercicios mentales en una forma de vida. Como decía el filósofo griego Epicuro, nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para que uno se ocupe de su propia alma.


PARA SABER MÁS: Libros
‘La hermenéutica del sujeto’ - Michel Foucault (Akal; Madrid, 2005)
‘El proceso de convertirse en persona’ - Carl R. Rogers (Paidós; Barcelona, 2014)
Diálogos VII. Dudosos.Apócrifos. Cartas - Platón (Editorial Gredos)
Después del éxtasis, la colada - Jack Kornfield (La Liebre de Marzo)
Bienvenidos en el camino - Arnaud Desjardins (Hara Press)
Con los ojos bien abiertos - Mariana Caplan (Kairós)

Dejar ir. El camino de la liberación. - Dr. David R. Hawkins (El Grano de Mostaza)
Fuente: El PAIS
Autor: Miriam Subirana y Xavier Guix

¿Es usted feliz en su trabajo?

No es solo un problema personal. La implicación y la satisfacción profesional dependen también de la motivación y de las relaciones con la empresa, los jefes y los compañeros. Y afecta directamente a los resultados de las compañías
SOBRE EL TRABAJO ha existido desde siempre una extrema controversia que va desde aquellos que lo ven como una maldición hasta los que lo perciben como el medio ideal para la realización del ser humano. Los avances de la ciencia y de la investigación sobre la actividad laboral permiten hoy saber que puede ser ambas cosas, dependiendo de múltiples variables que afectan a individuos, organizaciones y países. Para algunos, efectivamente, es una fuente de sufrimiento, angustia, depresión, estrés. Para otros lo es de dicha, bienestar y felicidad. Lo cierto es que es una de las variables más importantes en nuestra satisfacción general.
Esas horas que pasamos en la fábrica o en la oficina definen en buena medida nuestro estado general de felicidad porque afectan al resto. Nos llevamos a casa los sentimientos que nos genera y, de paso, contagiamos con ellos a quienes nos rodean. Es difícil toparse con alguien que diga que se encuentra muy feliz con su vida, excepto en lo que concierne a su profesión, en donde se siente miserable.

Una métrica que sirve para captar el nivel de dicha en este aspecto es la del compromiso laboral. Las personas que se sienten altamente implicadas con su función son las que están muy identificadas con lo que hacen, las que buscan siempre formas de realizarlo mejor, las que emprenden sus tareas diarias con entusiasmo. Esas personas enferman menos, se deprimen menos, y cuando se les pregunta sobre su estado general de felicidad, indican valores más altos que aquellos que no están involucrados con su profesión.
Pero ¿de qué depende el grado de compromiso y por tanto la felicidad con el empleo? La empresa Gallup, después de años de estudio y análisis, ha concluido que existen 12 variables que lo determinan de manera preponderante. Entre ellas destaca que usted sienta que está utilizando sus capacidades, aquello que sabe y puede hacer mejor. También que tenga oportunidades para aprender y crecer; que usted le importe a alguien como persona en su empresa y que tenga quien lo motive continuamente. Que sus opiniones sean tomadas en cuenta; que se sienta identificado con el propósito u objetivo de la organización en la cual trabaja; que tenga al menos un gran amigo entre sus compañeros; que perciba que estos se hayan comprometido con la calidad de sus labores. Si todas o la mayoría de esas condiciones se cumplen, muy posiblemente usted es una persona que está feliz con su empleo. Tal vez para sorpresa de muchos, el salario no es una variable determinante del compromiso laboral y por tanto del bienestar o la felicidad con el trabajo. Se encuentran altos y bajos niveles de implicación en cualquier lugar de la escala salarial.

PARA SORPRESA DE MUCHOS, EL SALARIO NO ES DETERMINANTE EN EL COMPROMISO LABORAL
Tal y como claramente se desprende del listado de variables, la satisfacción con el trabajo no depende solamente del empleado. Las organizaciones, los gerentes y los colegas tienen también un peso importantísimo. Si, por ejemplo, su empresa o jefe inmediato no le asigna las tareas más acordes con sus conocimientos y aptitudes, le estará privando de una fuente importante de felicidad profesional. Lo mismo ocurre si desprecia sus opiniones o jamás muestra ningún interés en su desarrollo laboral.
Desde una perspectiva más amplia, el tema de la felicidad en el trabajo ha ido cobrando una creciente importancia no solo porque afecta al bienes­tar de los trabajadores, sino porque también genera efectos muy importantes en el desempeño de las empresas. Los profesionales más comprometidos son más productivos, se ausentan menos, originan menos rotación de personal y menor número de accidentes laborales. En sus lugares de trabajo se producen también menos pérdidas de materiales y suministros. Algunos estudios han llegado a establecer una relación positiva entre clima laboral y precio de las acciones de las compañías. De manera que cuando un empleado se encuentra altamente implicado, gana todo el mundo. El sujeto, porque es más feliz; su empresa, porque el trabajador es más productivo, y el país y la sociedad entera porque, como consecuencia, sus niveles de bienestar subjetivo y riqueza material son mayores.
Fuente: El Pais semanal
Autor: DIego Mir - Gerver Torres

Vamos - On Ira - ZaZ

Bon voyage

Si me quieres...

Elizabeth Kübler-Ross: La connotada científica que confirmó que sí existe el Más Allá

Esta médico y psiquiatra suiza recabó centenares de testimonios de experiencias extracorporales, lo que la llevó a concluir que “la muerte no era un fin, sino un radiante comienzo”.
La doctora suiza Elizabeth Kübler-Ross se convirtió en el siglo XX en una de las mayores expertas mundiales en el tétrico campo de la muerte, al implementar modernos cuidados paliativos con personas moribundas para que éstas afrontaran el fin de su vida con serenidad y hasta con alegría (en su libro “On death and dying”, de 1969, que versa sobre la muerte y el acto de morir, describe las diferentes fases del enfermo según se aproxima su muerte, esto es, la negación, ira, negociación, depresión y aceptación). Sin embargo, esta médico, psiquiatra y escritora nacida en Zurich en 1926 también se transformó en una pionera en el campo de la investigación de las experiencias cercanas a la muerte, lo que le permitió concluir algo que espantó a muchos de sus colegas: sí existe vida después de la muerte.
La férrea formación científica de esta doctora, que se graduó en psiquiatría en Estados Unidos, recibiendo posteriormente 23 doctorados honoríficos, se pondría a prueba luego de que a lo largo de su prolongada práctica profesional los enfermos moribundos a los que trataba le relataran una serie de increíbles experiencias paranormales, lo que la motivó a indagar si existía el Más Allá o la vida después de la muerte. Así, se dedicó a estudiar miles de casos, a través del mundo entero, de personas de distinta edad (la más joven tenía dos años, y la mayor, 97 años), raza y religión, que habían sido declaradas clínicamente muertas y que fueron llamadas de nuevo a la vida.
Elizabeth-Kubler-Ross-1
“El primer caso que me asombró fue el de una paciente de apellido Schwartz, que estuvo clínicamente muerta mientras se encontraba internada en un hospital. Ella se vio deslizarse lenta y tranquilamente fuera de su cuerpo físico y pronto flotó a una cierta distancia por encima de su cama. Nos contaba, con humor, cómo desde allí miraba su cuerpo extendido, que le parecía pálido y feo. Se encontraba extrañada y sorprendida, pero no asustada ni espantada. Nos contó cómo vio llegar al equipo de reanimación y nos explicó con detalle quién llegó primero y quién último. No sólo escuchó claramente cada palabra de la conversación, sino que pudo leer igualmente los pensamientos de cada uno. Tenía ganas de interpelarlos para decirles que no se dieran prisa puesto que se encontraba bien, pero pronto comprendió que los demás no la oían. La señora Schwartz decidió entonces detener sus esfuerzos y perdió su conciencia. Fue declarada muerta cuarenta y cinco minutos después de empezar la reanimación, y dio signos de vida después, viviendo todavía un año y medio más. Su relato no fue el único. Mucha gente abandona su cuerpo en el transcurso de una reanimación o una intervención quirúrgica y observa, efectivamente, dicha intervención”.

La doctora Kübler-Ross añade que “otro caso bastante dramático fue el de un hombre que perdió a sus suegros, a su mujer y a sus ocho hijos, que murieron carbonizados luego que la furgoneta en la que viajaban chocara con un camión cargado con carburante. Cuando el hombre se enteró del accidente permaneció semanas en estado de shock, no se volvió a presentar al trabajo, no era capaz de hablar con nadie, intentó buscar refugio en el alcohol y las drogas, y terminó tirado en la cuneta, en el sentido literal de la palabra. Su último recuerdo que tenía de esa vida que llevó durante dos años fue que estaba acostado, borracho y drogado, sobre un camino bastante sucio que bordeaba un bosque. Sólo tenía un pensamiento: no vivir más y reunirse de nuevo con su familia. Entonces, cuando se encontraba tirado en ese camino, fue atropellado por un vehículo que no alcanzó a verlo. En ese preciso momento se encontró él mismo a algunos metros por encima del lugar del accidente, mirando su cuerpo gravemente herido que yacía en la carretera. Entonces apareció su familia ante él, radiante de luminosidad y de amor. Una feliz sonrisa sobre cada rostro. Se comunicaron con él sin hablar, sólo por transmisión del pensamiento, y le hicieron saber la alegría y la felicidad que el reencuentro les proporcionaba. El hombre no fue capaz de darnos a conocer el tiempo que duró esa comunicación, pero nos dijo que quedó tan violentamente turbado frente a la salud, la belleza, el resplandor que ofrecían sus seres queridos, lo mismo que la aceptación de su actual vida y su amor incondicional, que juró no tocarlos ni seguirlos, sino volver a su cuerpo terrestre para comunicar al mundo lo que acababa de vivir, y de ese modo reparar sus vanas tentativas de suicidio. Enseguida se volvió a encontrar en el lugar del accidente y observó a distancia cómo el chofer estiraba su cuerpo en el interior del vehículo. Llegó la ambulancia y vio cómo lo transportaban a la sala de urgencias de un hospital. Cuando despertó y se recuperó, se juró a sí mismo no morirse mientras no hubiese tenido ocasión de compartir la experiencia de una vida después de la muerte con la mayor cantidad de gente posible”.
La doctora Kübler-Ross añadió “que investigamos casos de pacientes que estuvieron clínicamente muertos durante algunos minutos y pudieron explicarnos con precisión cómo los sacaron el cuerpo del coche accidentado con dos o tres sopletes. O de personas que incluso nos detallaron el número de la matricula del coche que los atropelló y continuó su ruta sin detenerse. Una de mis enfermas que sufría esclerosis y que sólo podía desplazarse utilizando una silla de ruedas, lo primero que me dijo al volver de una experiencia en el umbral de la muerte fue: «Doctora Ross, ¡Yo podía bailar de nuevo!», o niñas que a consecuencia de una quimioterapia perdieron el pelo y me dijeron después de una experiencia semejante: «Tenía de nuevo mis rizos». Parecían que se volvían perfectos. Muchos de mis escépticos colegas me decían: «Se trata sólo de una proyección del deseo o de una fantasía provocada por la falta de oxígeno.» Les respondí que algunos pacientes que sufrían de ceguera total nos contaron con detalle no sólo el aspecto de la habitación en la que se encontraban en aquel momento, sino que también fueron capaces de decirnos quién entró primero en la habitación para reanimarlos, además de describirnos con precisión el aspecto y la ropa de todos los que estaban presentes”.
La muerte no existe
La doctora Kübler-Ross aseguró que después de investigar estos casos concluyó que la muerte no existía en realidad, pues ésta sería no más que el abandono del cuerpo físico, de la misma manera que la mariposa deja su capullo de seda. ”Ninguno de mis enfermos que vivió una experiencia del umbral de la muerte tuvo a continuación miedo a morir. Ni uno sólo de ellos, ni siquiera los niños. Tuvimos el caso de una niña de doce años que también estuvo clínicamente muerta. Independientemente del esplendor magnífico y de la luminosidad extraordinaria que fueron sido descritos por la mayoría de los sobrevivientes, lo que este caso tiene de particular es que su hermano estaba a su lado y la había abrazado con amor y ternura. Después de haber contado todo esto a su padre, ella le dijo: «Lo único que no comprendo de todo esto es que en realidad yo no tengo un hermano.» Su padre se puso a llorar y le contó que, en efecto, ella había tenido un hermano del que nadie le había hablado hasta ahora, que había muerto tres meses antes de su nacimiento”.
La doctora agregó que “en varios casos de colisiones frontales, donde algunos de los miembros de la familia morían en el acto y otros eran llevados a diferentes hospitales, me tocó ocuparme particularmente de los niños y sentarme a la cabecera de los que estaban en estado crítico. Yo sabía con certeza que estos moribundos no conocían ni cuántos ni quiénes de la familia ya habían muerto a consecuencia del accidente. En ese momento yo les preguntaba si estaban dispuestos y si eran capaces de compartir conmigo sus experiencias. Uno de esos niños moribundos me dijo una vez: «Todo va bien. Mi madre y Pedro me están esperando ya.» Yo ya sabía que su madre había muerto en el lugar del accidente, pero ignoraba que Pedro, su hermano, acababa de fallecer 10 minutos antes”.
La luz al final del túnel
Elizabeth-Kubler-Ross-2
La doctora Kübler-Ross explicó que después que abandonar el cuerpo físico y de reencontrarse con aquellos seres queridos que partieron y que uno amó, se pasa por una fase de transición totalmente marcada por factores culturales terrestres, donde aparece un pasaje, un túnel, un pórtico o la travesía de un puente. Allí, una luz brilla al final. “Y esa luz era más blanca, de una claridad absoluta, a medida que los pacientes se aproximaban a ella. Y ellos se sentían llenos del amor más grande, indescriptible e incondicional que uno se pudiera imaginar. No hay palabras para describirlo. Cuando alguien tiene una experiencia del umbral de la muerte, puede mirar esta luz sólo muy brevemente. De cualquier manera, cuando se ha visto la luz, ya no se quiere volver. Frente a esta luz, ellos se daban cuenta por primera vez de lo que hubieran podido ser. Vivían la comprensión sin juicio, un amor incondicional, indescriptible. Y en esta presencia, que muchos llaman Cristo o Dios, Amor o Luz, se daban cuenta de que toda vuestra vida aquí abajo no es más que una. Y allí se alcanzaba el conocimiento. Conocían exactamente cada pensamiento que tuvieron en cada momento de su vida, conocieron cada acto que hicieron y cada palabra que pronunciaron. En el momento en que contemplaron una vez más toda su vida, interpretaron todas las consecuencias que resultaron de cada uno de sus pensamientos, de sus palabras y de cada uno de sus actos. Muchos se dieron cuenta de que Dios era el amor incondicional. Después de esa «revisión» de sus vidas ya no lo culpaban a Él como responsable de sus destinos. Se dieron cuenta de que ellos mismos eran sus peores enemigos, y se reprocharon el haber dejado pasar tantas ocasiones para crecer. Sabían ahora que cuando su casa ardió, que cuando su hijo falleció, cuando su marido fue herido o cuando sufrieron un ataque de apoplejía, todos estos golpes de la suerte representaron posibilidades para enriquecerse, para crecer”.
La especialista, en este punto, hizo una recomendación a todos aquellos que sufren el trance de tener cerca a algún ser querido a punto de morir. “Deben saber que si se acercan al lecho de su padre o madre moribundos, aunque estén ya en coma profundo, ellos oyen todo lo que les dicen, y en ningún caso es tarde para expresar «lo siento», «te amo» o alguna otra cosa que quieran decirles. Nunca es demasiado tarde para pronunciar estas palabras, aunque sea después de la muerte, ya que las personas fallecidas siguen oyendo. Incluso en ese mismo momento se pueden arreglar «asuntos pendientes», aunque éstos se remonten a diez o veinte años atrás. Se pueden liberar de su culpabilidad para poder volver a vivir ellos mismos”.
La “conciencia cósmica “ de la doctora Kübler-Ross
La doctora Elizabeth Kübler-Ross, intrigada por todos estos asombrosos relatos, decidió una vez comprobar por sí misma su veracidad. Y, luego de ser inducida a una muerte artificial en un laboratorio médico de Virginia, experimentó dos veces estar fuera de su cuerpo. “Cuando volví a la conciencia tenía la frase «Shanti Nilaya», que por cierto no sabía qué significaba, dándome vueltas en mi cabeza. La noche siguiente la pasé sola, en una pensión aislada en medio del bosque de Blue Ridge Mountains. Allí, luego de sufrir inexplicables dolores físicos, fue gratificada con una experiencia de renacimiento que no podría ser descrita con nuestro lenguaje. Al principio hubo una oscilación o pulsación muy rápida a nivel del vientre que se extendió por todo mi cuerpo. Esta vibración se extendió a todo lo que yo miraba: el techo, la pared, el suelo, los muebles, la cama, la ventana y hasta el cielo que veía a través de ella. Los árboles también fueron alcanzados por esta vibración y finalmente el planeta Tierra. Efectivamente, tenía la impresión de que la tierra entera vibraba en cada molécula. Después vi algo que se parecía al capullo de una flor de loto que se abría delante de mí para convertirse en una flor maravillosa y detrás apareció esa luz esplendorosa de la que hablaban siempre mis enfermos. Cuando me aproximé a la luz a través de la flor de loto abierta y vibrante, fui atraída por ella suavemente pero cada vez con más intensidad. Fui atraída por el amor inimaginable, incondicional, hasta fundirme completamente en él. En el instante en que me uní a esa fuente de luz cesaron todas las vibraciones. Me invadió una gran calma y caí en un sueño profundo parecido a un trance. Al despertarme caí en el éxtasis más extraordinario que un ser humano haya vivido sobre la tierra. Me encontraba en un estado de amor absoluto y admiraba todo lo que estaba a mi alrededor. Mientras bajaba por una colina estaba en comunión amorosa, con cada hoja, con cada nube, brizna de hierba y ser viviente. Sentía incluso las pulsaciones de cada piedrecilla del camino y pasaba «por encima» de ellas, en el propio sentido del término, interpelándolas con el pensamiento: «No puedo pisaros, no puedo haceros daño», y cuando llegué abajo de la colina me di cuenta de que ninguno de mis pasos había tocado el suelo y no dudé de la realidad de esta vivencia. Se trataba sencillamente de una percepción como resultado de la conciencia cósmica. Me fue permitido reconocer la vida en cada cosa de la naturaleza con este amor que ahora soy incapaz de formular. Me hicieron falta varios días para volver a encontrarme bien en mi existencia física, y dedicarme a las trivialidades de la vida cotidiana como fregar lavar la ropa o preparar la comida para mi familia. Posteriormente averigué que “Shanti Nilaya» significa el puerto de paz final que nos espera. Ese estar en casa al que volveremos un día después de atravesar nuestras angustias, dolores y sufrimientos, después de haber aprendido a desembarazarnos de todos los dolores y ser lo que el Creador ha querido que seamos: seres equilibrados que han comprendido que el amor verdadero no es posesivo”.
La Dra. Elizabeth Kübler-Ross, luego que en 1995 sufriera una serie de apoplejías que paralizaron el lado derecho de su cara, falleció en Scottdale, Arizona, el 24 de agosto del 2004. Se enfrentó a su propia muerte con la valentía que había afrontado la de los demás, y con el coraje que aprendió de sus pacientes más pequeños. Sólo pidió que la despidieran con alegría, lanzando globos al cielo para anunciar su llegada.
En su lecho de muerte, por cierto, sus amigos y seres queridos le preguntaron si le temía a la muerte, a lo que ella replicó: «No, de ningún modo me atemoriza; diría que me produce alegría de antemano. No tenemos nada que temer de la muerte, pues la muerte no es el fin sino más bien un radiante comienzo. Nuestra vida en el cuerpo terrenal sólo representa una parte muy pequeña de nuestra existencia. Nuestra muerte no es el fin o la aniquilación total, sino que todavía nos esperan alegrías maravillosas”.

Yo quiero - Je vieux - ZaZ

La cristalización del amor y sus 7 etapas - Stendhal

Se considera al francés Henry Beyle Stendhal (1783 – 1842), como el primer escritor en teorizar acerca del amor. 
En “Del amor”, el autor muestra las múltiples fases en las que se va formando y desarrollando el amor-pasión. 
La cristalización nacerá del enfrentamiento de Stendhal con el amor y será debida a su gran sensibilidad e imaginación. Partimos también de una frustración, la carencia de éxito amoroso, que determinará la construcción de un mundo irreal pero hecho a la medida de las aspiraciones de Stendhal. La cristalización se reconoce en él con la inconfundible señal del amor ascendente: el empalidecimiento de cualquier otro interés.
Aquí, un capítulo del ensayo: 
DEL NACIMIENTO DEL AMOR 
 He aquí lo que pasa en el alma: 
1: La admiración 
Para que la admiración detone al amor debe pasar de su etapa simple: a la tierna.
2: La expectativa
El admirador se dice: ¡Qué placer darle y recibir besos, etc...! 
La expectativa genera una inquietud que se fija con un signo de reconocimiento: “una seña, incluso ambigua del objeto del amor, un testimonio de reconocimiento. Eso basta. Ese segundo asombro, inestable, vacilante, se transforma de inmediato ante cualquier señal de esperanza”.
3: La esperanza. 
Se estudian las perfecciones; este es el momento, para el mayor placer físico posible. Los ojos se animan en el momento de la esperanza; la pasión es tan fuerte, el placer es tan vivo, que se manifiesta en señales visibles. En esta etapa el amor deja de sostenerse del vacío, pues la esperanza determina todas las posibilidades que tiene el deseo de hacerse realidad. En este punto, quien es presa del amor parece ensimismarse en un mar de signos que esperan intensamente hacerse realidad. Si se da alguna señal que indique correspondencia por parte de la otra persona, se detonará el amor.
4: Ha nacido el amor. 
Amar es sentir placer en ver, tocar, sentir con todos los sentidos y lo más cerca posible un objeto amado y que nos ama. 
5: Comienza la primera cristalización. 
Nos complacemos en adornar con mil perfecciones a una mujer de cuyo amor estamos seguros; nos detallamos toda nuestra felicidad con infinita complacencia. Esto se reduce a exagerar una prosperidad soberbia que acaba de caernos del cielo, que no conocemos y de cuya posesión estamos seguros. 
Si se deja a la cabeza de un amante trabajar durante veinticuatro horas, resultará lo siguiente: 
En las minas de sal de Salzburgo, se arroja a las profundidades abandonadas de la mina una rama de árbol despojada de sus hojas por el invierno; si se saca al cabo de dos o tres meses, está cubierta de cristales brillantes; las ramillas más diminutas, no más gruesas que la pata de un pajarillo, aparecen guarnecidas de infinitos diamantes, trémulos y deslumbradores; imposible reconocer la rama primitiva.
Lo que yo llamo cristalización es la operación del espíritu que en todo suceso y en toda circunstancia descubre nuevas perfecciones del objeto amado. 
Un viajero habla de los bosques de naranjos de Génova, a orillas del mar, en los días abrasadores de estío; ¡qué dicha gustar este frescor con ella! 
Un amigo nuestro se rompe un brazo en una cacería; ¡qué delicia recibir los cuidados de una mujer amada! Estar siempre con ella, viendo incesantemente las manifestaciones de su amor, nos haría casi olvidar el sufrimiento; y así partimos del brazo roto de nuestro amigo, para ya no dudar de la angélica bondad de nuestra amada. En una palabra, basta pensar en una perfección para atribuírsela a la mujer amada. 
Este fenómeno que yo me permito llamar cristalización viene de la naturaleza que nos ordena el placer y nos envía la sangre al cerebro, del sentimiento de que los placeres aumentan con las perfecciones del ser amado y de la idea de que este me pertenece. El salvaje no tiene tiempo de ir más allá del primer paso. Siente el placer, pero la actividad del cerebro se emplea en seguir al ciervo que huye por el bosque y con cuya carne tendrá que reparar sus fuerzas enseguida, so pena de caer bajo el hacha del enemigo. 
En el otro extremo de la civilización, no dudo que una mujer sensible llegara al punto de no hallar el placer físico sino con el hombre a quien ama. Es lo contrario del salvaje. En los pueblos civilizados, la mujer dispone de tiempo y de ocio, mientras que al salvaje le apremian de tan cerca sus ocupaciones, que se ve obligado a tratar a su hembra como a una bestia de carga. Si las hembras de muchos animales son más afortunadas, es porque la subsistencia de los machos está más segura. 
Pero dejemos las selvas para volver a París. Un hombre apasionado ve en la mujer amada todas las perfecciones; sin embargo, la atención puede estar distraída aún, pues el alma se cansa de todo uniforme, incluso de la felicidad perfecta. 
He aquí lo que viene a fijar la atención: 
6: Nace la duda. 
Después de que diez o doce miradas (o cualquier otra serie de actos que lo mismo pueden durar un momento que varios días), han sugerido primero y después confirmado las esperanzas, el amante, vuelto de su primer asombro y ya acostumbrado a su felicidad, o guiado por la teoría que, siempre basada en los casos más frecuentes, solo debe ocuparse de las mujeres fáciles; después, digo, de estos preliminares, el amante, pide seguridades más positivas y quiere progresar en su felicidad. 
Se le opone la indiferencia, la frialdad o hasta la ira, si se muestra demasiado seguro; en Francia, un matiz de ironía que parece decir: “Se cree más adelantado de lo que está”. Una mujer se conduce así, ya porque despierte de un momento de embriaguez y obedezca al pudor, ya simplemente por prudencia y por coquetería. 
El amante llega a dudar de la felicidad que se prometía, y se torna severo sobre los motivos de esperanza que había creído ver.
Intenta desquitarse con los otros placeres de la vida, y los encuentra nulos. Le sobrecoge el temor de una horrible desgracia, y se concentra en una profunda atención. 
7: Segunda cristalización. 
Entonces comienza la segunda cristalización, y los diamantes que esta produce son confirmaciones de esta idea:
Me ama 
La noche siguiente al nacimiento de las dudas, y después de un momento de sufrimiento atroz, el amante se dice cada cuarto de hora: “Sí, me ama.” Y la cristalización se orienta a descubrir nuevos encantos. Después, se apoderan de él la duda y el mirar extraviado y le hacen detenerse sobresaltado. El pecho se olvida de respirar, y el enamorado se dice: “Pero, ¿me ama” En medio de estas alternativas desgarradoras y deliciosas, el pobre amante siente vivamente: me dará deleites que solo ella en el mundo puede darme. 
Precisamente la evidencia de esta verdad, este caminar al borde mismo de un horrendo precipicio mientras se toca con la mano la ventura perfecta, es lo que da tanta superioridad a la segunda cristalización sobre la primera. 
El amante deambula. 
1: Mi amada tiene todas las perfecciones. 
2: Me ama. 
3: ¿Qué hacer para conseguir de ella la mayor prueba de amor posible? 
El momento más desgarrador del amor joven aún, es aquel en que este se da cuenta de que ha hecho un razonamiento falso y hay que destruir toda una cara de la cristalización. 
Se empieza a dudar de la cristalización misma…
Cuando todo se acaba, efectivamente algo dentro de nosotros se rompe, y duele. Quizá sea aquel montón de cristales que se habían formado y que se hicieron añicos, cortándonos el interior; de cualquier forma, es mejor cargar con algunos fragmentos, que jamás haber cristalizado.
 
Buscar una segunda cristalizacion tiende a magnificar los sentimientos anteriores a modo de una motivacion añadida. Es lo que comunmente se llama tira y afloja. El desafio es que no se rompa la cuerda y si esto no sucede el resultado es el fortalecimiento que resulta fundamental. El constituye un medio habitual para poder llegar a los estadios superiores. Todo el ciclo es en buena parte un juego al mmodo que podria jugar un niño y la partida sera mejor o peor en parte dependiendo de la habilidad de los jugadores.

Fragmentos: Henry Beyle StendhalDel amor. Alianza